miércoles, 9 de noviembre de 2011

SANTA MARIA DE LA ALMUDENA

HISTORIA


Dice la tradición, -que no la Historia-, que la primitiva Imagen de Santa María la Real de la Almudena,fue traída a España por el Apóstol Santiago, cuando vino a predicar el Evangelio. Dice que la talló San Lucas y la pintó Nicodemus. Es posible. Pero lo que sí es cierto es que en aquel pequeño villorrio visigótico, cuyo nombre ni siquiera ha llegado a nosotros, se veneraba una Imagen, llamada “Santa María de la Vega en su Concepción Admirable”, posiblemente por estar enclavada su pequeña capilla en la ya denominada Cuesta de la Vega.



Al producirse la invasión musulmana, los cristianos que le daban amoroso culto resolvieron esconderla por temor a que fuera profanada. Y así lo hicieron, dándose el caso, conmovedor por el inmenso amor que aún lleno de ignorancia suponía, de que una joven cristiana llamada Maritana encendiera dos velas a su lado, sin pensar ni saber por supuesto que aquellas dos velas necesitarían un oxígeno absolutamente inexistente en el cerrado recinto donde acababan de ocultarla…


Pasaron cerca de 400 años. La piel de España cambiaba sucesivamente de color al avance de una Reconquista que habría de durar ocho siglos. Y en Mayo de 1.085, al pasar el rey Alfonso VI por el pequeño poblado al que ya los moros habían dotado de nombre conocido por nosotros (Magerit), sus pobladores relataron al rey la historia de aquella Virgen escondida a la que, desde su liberación, venían buscando en vano.


Interesó extraordinariamente al monarca el relato de los habitantes de Magerit y, postrándose de rodillas, hizo un voto solemne: “Si conquistamos Toledo, prometo buscar la Imagen de Santa María de la Vega, hasta que consiga encontrarla”. Y aún hizo más. En tanto que aparecía la escondida Imagen, mandó pintar la figura de la Madre de Dios sobre los muros de la antigua mezquita, ya convertida en iglesia cristiana. Dándose el hecho de que el artista se inspiró en los rasgos de la reina Doña Constanza, hija del rey de Francia, por lo que puso en su mano una flor de lis, símbolo heráldico de la casa real francesa. Lo que naturalmente ha otorgado a esa Imagen el nombre de “la Virgen de la Flor de Lis”.


Toledo cayó naturalmente ante el avance imparable de las tropas de Don Alonso el Sexto. Y en el mes de noviembre, el rey regresó a Magerit, dispuesto a cumplir su voto.


Pero Santa María de la Vega seguía sin aparecer. Agotados todos los recursos, Alfonso VI decide recurrir a la palanca suprema: la plegaria. Y organiza una imponente procesión, encabezada por él mismo, en la que figuran todos los estamentos sociales: autoridades eclesiásticas, nobleza, ejército, pueblo… La procesión discurre en torno a la Almudayna, o fortaleza amurallada de Madrid (aquella “que al rey moro alivia el miedo”) y el quieto atardecer se estremece con el rumor de cánticos y rezos.


Al llegar al cubo de la muralla cercano a la Almudayna -o Alcazaba-, precisamente situado en aquel lugar de la Cuesta de la Vega durante tanto tiempo había sido venerada la Imagen desaparecida, unas piedras se derrumban. El sol acaba de ponerse, pero en la oscuridad de la noche se perfila un hueco iluminado: María de la Almudena está ahí. Pero no está sola. El prodigio se ha producido. Prestándole una infinita guardia de siglos, desafiando todas las leyes de la naturaleza y de la física, permanecen a su lado dos velas encendidas, sin consumirse. Acompañándola. Iluminando su encierro. Prestándole calor de amor “Sin ser tres siglos bastantes para mermarles la cera”*. Son las que encendiera Maritana. Las que fueran su primera Corte de Honor.


Era el 9 de Noviembre de 1.085.


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